Lo peor que me puede pasar una tarde de sábado es que se haya
suspendido el partido de paddle que suelo jugar con amigos, pero las características
de día trágico aumentaron aun más cuando mi pareja me pidió que lo acompañara
al supermercado, lugar que detesto por ideología y que utilizó cuando ya no
queda otra alternativa.
- Zurdito
acompáñame –me ruega socarronamente con esa voz amorfa que es un intermedio
entre lo fingido y lo indefinido.
- Bueno,
pero trata de ir como una persona normal, le advierto mientras me doy cuenta
que todavía no termino de aceptar del todo mi reciente homosexualidad.
Mientras trato de darle forma a la maraña de pelos que cubren mi
cabeza, pienso frente al espejo, con los dos ojos clavados en uno, en él.
Walter,
es un lindo tipo y para tener treinta años tiene firmeza corporal y una libido
tan irresistible que es casi imposible no caer en su sexo. Pero su histrionismo
es alevoso, para mi gusto, por lo que su modo de expresión, de caminar y de
hacer las cosas lo ubican en una categoría intermedia entre el gay y el trava,
y eso me jode. Él es uno de esos personajes que mis amigos tildarían de “puto
de mierda”.
Es duro que este pensando esto, balbucea mi reflejo
desde el botiquín
mientras cepillo mi dentadura que por ahora resiste al paso del tiempo. Quizás sea una actitud envidiosa porque él es más
puto. Digo, más puto que yo. Puto con mayúsculas, de esos que se bancan lo que
son porque ya lo han asumido y viven a pleno con sus hormonas.
A mí, mi pasado medio que me condena. De cuna católica y mujeriego de
adolescente, trato de manejar la situación lo más que puedo por eso suelo
evitar exponerme públicamente y todo eso que él me recrimina como si no
entendiera. Yo, revuelto en mi, todavía sufro el haber perdido algunos amigos
de toda la vida y será por eso que ahora soy un puto cauto.
Mi
familia no lo sabe y mi hija no entendería eso de que a papá se lo cogen. Por
esto, caos y situación de mierda se han convertido es estados latentes de la
ficción en la que resido.
- Estoy saliendo con alguien- así empezó mi última
conversación con uno de mis mejores amigos. Él me miró expectantes sin saber lo
que venía.
- Pero no
es una mina, es un tipo, se llama Walter – le tiré sin anestesia pero
anestesiando por completo su cerebro que sólo atinó a implosionar.
- De qué
carajo estas hablando?
- Soy gay
Paco.
Su rostro
se demacró, la amistad tambaleó y al final los 17 años compartidos terminaron
desarmados en el suelo y nos despedidos como si fuésemos dos perfectos
desconocidos. Miedo y asco, es el rostro que me ha quedado guardado y con el
cual recuerdo a ese tipo que supo ser mi medio hermano.
Sí ya lo dije, puto cauto, así me autodenominé a partir de ese entonces.
Agujas rectas me delatan que Walter ya viene tarde
pero dos cortas bocinas me llevan a apurar las zapatillas.
Salgo,
cierro y subo al coqueto auto que siempre huele tan bien.
- La puta que te parió no me gusta que me toques bocina, tanto te cuesta
mover el orto del asiento. No podes hacer como la gente normal que toca timbre.
No soy una puta.
- No ya sé,
sos un puto.
- Ándate
un poquito a la mierda, le digo indignado mientras veo su atuendo, es reputo y
me amargo aún más.
La tarde pinta terrible, hace mucho calor y con
Walter al lado mi anonimato supermercadista peligra demasiando entre tantos
consumidores.
Las góndolas se convierten en escudos que me ayudan a disimular y por un
momento improviso un juego de escondidas del que sólo yo participo.
- Vida
llevo estas arvejas- me dice Walter jugando con esa voz de trola mientras
zarandea una lata entre medio de sujetos que no pueden esconder su repugnancia
pero que él no registra.
Le
contesto algo así como que haga lo que quiera, mientras huyo entre las góndolas
que a esta altura son mis únicas aliadas.
Mis
acciones evasivas fracasan por completo cuando un par de pasillos después me
topo con un Walter que maneja en forma zigzagueante y con total impunidad el
carrito de comestibles.
La escena
era tan grotesca como real, por lo que tuve un brote de risa que no pude
ocultar y que él acaricio sutilmente, por lo que sentí hasta culpa de la vergüenza
que me genera salir a la calle con él.
Así, con total naturalidad ama y mata. Ese es Walter, el tipo no es un
puto común, es un puto desafiante, descarado y enfrenta, sumido en una total
anarquía, a los miles de ojos hipócritas que lo ven transitar.
Envidia
dije, sí, envidia de eso, de eso que a mí no me sale.
Estaba en éxtasis, lejos muy lejos, cuando su boca floja y su lengua suelta me
hicieron precipitarme sobre la realidad. En una jugada inexplicable, mi chico
me dejó desnudo de palabras frente a dos amigas suya a las cuales me presentó
como su pareja homosexual.
Estaba
despavorido, en off y por reflejo sólo atiné a darles un beso y seguir mi
camino, que no sé cuál carajo es.
Walter
entendió ahí que algo no estaba bien, sé que a él le jodio, me lo dijo tiempo
después, y yo creí que él había advertido que se había ido a la mierda con esa
estúpida e innecesaria presentación.
Mientras
miraba aderezos, en mi cabeza retumbaba la idea de que esas dos minas sabían
que yo era puto.
Walter
trató de enmendarse con una disculpa, pero yo había aprendido de los
precipicios a hacer vacíos y me blindé en cuerpo y espíritu.
El resto
de la Híper travesía, sobrevino sin mayores particularidades. Los dos caminamos
separados sin cruzar palabras. Eso estuvo bien.
La tarde terminó cuando baje del auto, que para ese entonces
apestaba de gritos, puteadas, reclamos y demás.
Walter y
yo terminamos.
- Vos todavía no estas listo para ser puto, me dijo recurriendo a su voz original
que es sostenida y sensual.
Con un
portazo lo termine de mandar a la mierda y me acuartele entre mis paredes.
Esa noche, quizás por despecho, recurrí a una amiga con beneficios
y entre copa y copa mi boca avanzó sobre su sexo ensordecedor e
implacable.
Y
mientras disfrutaba cogiéndome a una mujer recordé a Walter.
Publicado en 2006 en la revista Serendipia (Mendoza)
dirigida por Alejandro Frías.