
Todos los días al ir y regresar del trabajo pasaba por la misma esquina. Roca y Salta. Allí, detrás de unos carteles con promociones y rostros políticos existe un extenso y profundo baldío que no está cerrado del todo.
Por lo poco que deduje a puro ojo, en ese lugar se pretendió levantar un edificio hace bastante tiempo. Lo cierto es que el intento quedó en la nada y en la esquina un gran pozo donde el peligro acecha.
Cada día que pasaba, pispeaba de reojos, miraba rápido como si fuese un trámite, un rito, y siempre descubría lo mismo, que el cráter seguía allí, latiendo.
Esa tarde, la de un día cualquiera, no pidan memoria cuando el olvido no atiende a domicilio. Esa tarde todo terminó tarde. Del trabajo salí cuando las penumbras comenzaban a descender sobre la ciudad.
Al llegar a Roca y Salta, miré rápido pero mis pasos no se sucedieron y por milésimas de segundo permanecí inmóvil, observando confuso dos sombras que se desplazaban por ese foso sin tiempo.
Me vieron. Yo temí. En un acto reflejo les quité los ojos de encima y todo volvió a ser movimiento.
Pensé, ¿qué me había detenido? pero no había tiempo para respuestas sólo para pasos.
Ni bien llegué a la esquina siguiente volví la cabeza y en ese crepúsculo y a la distancia, distinguí, eso creo, las mismas sombras que merodeaban en las fauces del baldío.
Aceleré el paso. No pude determinar si eran ellas y si me seguían o no. Pero si me seguían ¿por qué? Me pregunté mientras mi pulso se aceleraba.
Entonces, insistí con las preguntas en estado cuasi paranoide.
Si me siguen es porque creen que yo vi algo, porque por el sólo hecho de verlas no les puede molestar. Les molesta que yo las haya visto y si es así, es porque estaban haciendo algo. ¿Algo? Sí, algo extraño, quizás. ¿Pero qué?
Ya no giro la cabeza, no quiero levantar sospechas, pero las sombras las siento todavía detrás de mí y no dejo de caminar.
Las preguntas continuaron pero las respuestas no, aunque las suposiciones sí y eso es peor porque no tienen ningún grado de certeza.
Cuando creí haberles sacado una distancia considerable, doble hacia mí casa. Tomé las llaves y calculé abrir primero la cerradura de abajo y después la de arriba. La de abajo siempre se traba, pensé.
Por suerte no hubo obstáculos y una vez dentro me sentí a salvo. No prendí luces para que no descubrieran la casa en la que había entrado. Me mantuve a oscuras un largo rato y pispeaba cada tanto para asegurarme que no estuviesen allí. Esa noche dormí inquieto, mal.
A la mañana siguiente, la luz del sol trajo nuevos aires y respiré aliviado.
Ese día iba camino al trabajo y a medida que me acercaba a Roca y Salta el ritmo cardíaco se me aceleraba. Temía que estuvieran allí, en la esquina, esperando que pasara. No lo pude soportar. Una cuadra antes bajé hasta Carlos H Rodríguez y continúe por esa calle. Nunca más pase por la esquina de ese tenebroso pozo pero sus sombras no dejan de fastidiarme.