“Poseer
un arma de fuego da poder y ese poder puesto en las manos equivocadas es un
peligro contra sí mismo y contra terceros”, me explicó un psiquiatra a meses de
que terminara el anterior milenio cuando indagaba sobre la carencia de seguimiento
psicológico que reciben los policías.
Por
ese entonces en la radio de la Universidad Nacional de Cuyo con un grupo de
amigos sacamos al aire un programa que osó llamarse “gente despierta”. Iba los
viernes a la noche y era una mesa redonda donde desglosábamos distintas
temáticas, todavía conservo los caset de esos programas.
La
noche que tratamos el tema del amor, recuerdo, entrevistamos a distintas
personas calificadas entre ellas al director del hospital El Sauce, predio que
se encuentra perdido en Bermejo, Mendoza. Es una suerte de loquero de puertas
abiertas.
Mientras
esperaba ser atendido se acercó un loco que me pidió un cigarrillo. Por ese
entonces fumaba así que sin inconvenientes le tendí uno. El tipo lo tomó y lo
miró detenidamente después de unos segundos que parecieron ser minutos lo
arrojó al suelo y lo pisó sin haberlo encendido. Mi rostro mutó en desconcierto
pero no esboce reclamo alguno.
El
loco se me acercó nuevamente y me pidió otro cigarrillo justo en el mismo
instante en que la secretaria me avisaba que entrara al despacho del director
del hospital. Tuve un segundo para mirarlo y decirle ‘no fumo’ y el loco me dijo:
‘lo bien que hace’. Ese loco golpeó con lucidez todo mi ser.
El
joven director me explicó que no se mata por amor sino por desamor. Además
aclaró que no todos están en condiciones de matar por más que encuentren al ser
amado con otro en la cama sino que se tiene que producir lo que ellos denominan
“punto de quiebre”, superado ese
umbral todo está dentro de lo posible. Desde un caso como el de Barreda que
asesinó a sus hijas, esposa y suegra hasta el crimen de una fría noche de
jueves en junio de 2013 en Neuquén.
Antonio,
Pablo y María se habían criado en Las Lajas, un pueblo alejado de la capital
neuquina a unos 250 kilómetros.
Ella
vivía en el casco principal del pueblo y ellos en el humilde paraje de Las
Buitreras. No es pura ficción imaginar que estos amigos veían a María caminar
en el pueblo y sus cuerpos se suspendían en el aire y en el tiempo imaginando
una vida con ella.
La
carencia de oportunidades en la localidad les dejó una puerta abierta para
tratar de vencer a su suerte que parecía estar echada, hacerse policías.
Ingresar a la policía les ofrecía la posibilidad de un sueldo seguro a fin de
mes, una obra social, la posibilidad de hacer carrera, un arma, prestigio en el
pueblo y poder porque no hay ninguna otra cosa en el mundo que los hombres
deseen más que el poder.
En
las Buitreras los inviernos no eran fríos eran cruentos hacían doler los huesos
pero para ellos no habrá invierno más frío que el último vivido en la capital
neuquina.
El
desembarco en la ciudad se produjo producto de la falta de policías que tiene
la provincia, entonces a la mayoría de los muchachos del interior los sacan de
sus poblados para tratar de cubrir las necesidades de la urbe más poblada de
toda la Patagonia. Algunos seguramente recuerden la teoría de la sábana corta.
Lo
cierto es que ambos siguieron su camino dentro de la policía, Antonio trabajó
en las comisarías y Pablo en el servicio penitenciarios.
Fue
justamente Antonio quien con las vueltas de la vida terminó entreverado con
María que ya tenía una hija y una separación encima. Él siempre de alguna forma
la había amado por lo que la aceptó así y juntos emprendieron la aventura de convivir
y hasta tuvieron un hijo.
Pero
alguien dijo alguna vez que nada es para siempre y que todo pasa incluso lo
bueno. Tal cual, los buenos tiempos cambiaron y la relación se tensó a tal
punto que María buscó oxigeno y se quedó viviendo en una habitación de un
inquilinato mientras Antonio encontraba refugio en la casa de nuevos amigos.
Certezas
de cómo fue que se encontraron Pablo y María no hay, destino dicen algunos,
otros hablan de miradas del pasado que nunca se animaron a ir más allá. Cierto
es que tuvieron unos encuentros en los que nunca pensaron que la muerte
asechaba a sus espaladas.
Justamente
esa noche de junio Antonio los vio pasar en el auto y rápidamente se subió a un
taxi y los siguió. Pablo al poco andar supo que arriba del taxi venía su amigo
de las Buitreras con el que compartió largas charlas durante las noches de
invierno.
Pablo
fue incapaz de realizar una maniobra para sortear esa situación, sabía muy bien
por María que Antonio estaba tratando de restablecer el vínculo con ella y que
las cosas ya no serían iguales.
Al
llegar a calle Fotheringham se estacionó y más adelante el taxi que lo traía a
su amigo que ni bien bajo sacó la 9 milímetros reglamentaria y se fue derecho a
su ventanilla.
María
estaba atónita, inmóvil, paralizada de pie a cabeza y sin habla, quizás porque
a esa altura de los acontecimientos ya no quedaban palabras o no habían
palabras posibles.
Antonio
al ver y confirmar que era Pablo y María descubrió su punto de quiebre, ese
lugar sin retorno donde ya no existe la conciencia ni el presente ni el futuro.
Sólo atinó a decir ‘no me lo esperaba de vos’, aunque no se supo a quién le
habló porque su mirada estaba extraviada entre tanta ira. Después ejecutó de 14 tiros a Pablo cuyo cuerpo bailó
sobre el asiento con cada uno de los proyectiles que le perforaron la zona
izquierda del cuerpo entre el hombro y el tórax. María resultó milagrosamente
ilesa a la vista de cualquiera pero las heridas letales quedaron dentro.
Cuando
la 9 milímetros quedó vacía Antonio la arrojó al piso, se sentó en el cordón de
la vereda y llamó a un amigo para avisarle del trágico desenlace. Mientras lo
detenían supo que había matado para morir. María buscó refugio en donde todo
comenzó, allá en Las Lajas, donde para suerte y desgracia su belleza atrajo
hasta el final a dos hombres.
Ficción basada en un hecho real. Los nombres de los personajes reales fueron cambiados.