El ron arrasa la garganta pero no aleja esas
figuras firmes, perennes que me rodean.
Me digo que es la crisis de los 40, más de la mitad de mi
vida ha transcurrido y si bien respiro con eso no basta. ¡Basta! es lo que me
digo y la televisión me atropella con más de 70 canales de nada, de esa nada
que no me abandona.
Y la muerte que insiste con entrometerse con su ritual sádico que sumerge en un laberinto minado de olvido y nada.
Me resisto y pienso en esa frase que dice que “la vida está
siempre abierta a las posibilidades. La muerte es la imposibilidad de las
posibilidades”. Ayuda pero nada.
La taquicardia se hace sentir, la respiración se acelera y
la cabeza parece estar montada arriba de un formula 1 carente de frenos. ¿Por
qué tanta furia?
Tengo una jauría adentro y cientos de seres que me señalan.
Ensayo un pacto paranoide: bajen sus dedos y dejo de ladrar. Pero sus dedos
montan en cólera y se abalanzan sobre mí para desmembrarme.
No hay escapatoria, el sueño llegará por inducción. Una
redonda me hace sucumbir en las sábanas. La noche me ha atrapado.